domingo, 29 de agosto de 2010

“Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

Mateo (22,15-21)


En aquel tiempo, los fariseos (...) le envían sus discípulos a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar el tributo al César o no?». Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo». Ellos le presentaron un denario. Y les dice: « ¿De quién es esta imagen y la inscripción?». Dícenle: «Del César». Entonces les dice: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios».

A Dios lo que es de Dios


En este texto Jesús revela un reino de Dios que está en este mundo, pero no de este mundo, que camina en una longitud de onda distinta y que puede por ello coexistir con cualquier régimen, sea éste de tipo sacro o «laico».

César y Dios no están sin embargo situados en el mismo plano, porque también César depende de Dios y debe dar cuentas a Él. «Lo del César devolvédselo al César» significa por lo tanto: «Dad al César lo que Dios mismo quiere que sea dado al César». Es Dios el soberano último de todos. Nosotros no estamos divididos entre dos pertenencias; no estamos obligados a servir a «dos señores».

Si entramos a algunas implicaciones prácticas de este texto nos podríamos preguntar: ¿La evasión fiscal en algunos casos es lícita? ¿La educación para la ciudadanía deberá excluir la formación cristiana? (obviamente esto aplica a escuelas o universidades de inspiración cristiana).

¿El Evangelio, la Iglesia y/o sus líderes deberán meterse en el debate de la agenda política de una nación o una región o no? ¿En que grado y en que términos?

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